Entremezclando imágenes de antiguas y nuevas cuadrillas de Sevilla, el ponente expuso fotografías de los oficios de fuerza, afines al río, cargadores que en la primera mitad de siglo fueron costaleros de esas cuadrillas profesionales, para posteriormente serlo gente de la zona de los mercados de la ciudad y obreros hasta la diversificación de hoy en día.
Coincidió con Henares, en base a declaraciones de sus entrevistados para su tesis, que "si no gusta bregar, esto se viene abajo", considerando así la afición como componente importante, aparte de la contraprestación económica que obtenían los antiguos costaleros profesionales.
Destacó, en algunos casos, la búsqueda de tener contacto con un mundo social al que los trabajadores de base no tenían acceso, destacando el caso de Alfonso Borrero, un hombre natural de Paterna que cuando llegó a Sevilla "se presentó con sus pantalones de pana en el muelle y se llega a convertir en una persona influyente (capataz de la Virgen del Rosario de Montesión y del Nazareno del Silencio) contacta con círculos sociales, les arrienda fincas y emplea a sus costaleros como trabajadores en estos círculos sin saber leer ni escribir". En esta imagen, se ve acompañado por el Cardenal y un destacado miembro de la Policía Armada.
Respecto al profesionalismo y la devoción fue claro: "Ni tan devotos los de ahora ni tan poco creyentes los de antes", imperando en las cuadrillas personales el hecho de cumplir, de hacer bien el trabajo: "Al que no cumplía se le echaba", por parte de los propios costaleros, según se desprende de algunas de sus entrevistas, que atestiguan la capacidad de liderazgo del capataz y el igualitarismo entre los miembros de la cuadrilla así como la perpetuación de los grupos que conformaban las mismas y que se ganaron el respeto hasta del líder anarquista Barneto, que ante la inquietud de costaleros trabajadores en la época republicana por si podrían o no meterse debajo de los pasos, fue muy pragmático: "El señor del Gran Poder pesa tanto como un saco de harina y dos de cafés, si les pagan, que lo saquen".
López Montes explicó que el capataz acudía en el auxilio de sus costaleros para ayudarle económicamente a la hora de pagar un médico o de buscarle a través de sus contactos en la hermandad un abogado que le defendiera de un juicio, ...
Otro de los aspectos era el de la formalización de contratos para la cuadrilla, aunque señalan que el mayor valor en muchos casos era darse la mano, la palabra, más que cualquier contrato formal. En todo caso, se vieron algunos muy significativos de décadas pasadas que llamaron la atención del público.
Volviendo a las anécdotas, también fruto de los múltiples significados y motivaciones que puede tener el sentirse costalero o querer serlo, fue el ejemplo del tasador del matadero de la Real Maestranza, el que pesaba los toros, que fue embestido por uno que se saltó el burladero, con el resultado de que se le cae la cartera con una imagen del Cristo de la Santa Cruz. Dado que sale vivo de ese incidente, promete y cumple sacar a ese Cristo al año siguiente rompiendo estigmas sociales que veían mal la profesión de costalero, se identifica con este mundo y le pide al capataz Rafael Franco cada día sacar un paso, entregando los beneficios de su salario a las hermanas de las niñas huérfanas.
Mariano López nos ofreció una interesante documentación visual de antiguas cuadrillas, sus facturas, y entorno social que rodeaba al costalero y a la Sevilla a lo largo del siglo XX