....A Domingo Rojas Puertas, Capataz y Costalero de Sevilla.
(por Mariano López Montes)
Sevilla cierra una de sus últimas páginas de esa historia inacabada, incomprendida y tal vez olvidada de los capataces y costaleros de siempre. Aquellos capataces y costaleros mal llamados “profesionales”, que durante décadas soportaron el peso de la tradición y la grandeza del esfuerzo humano y solidario para engrandecimiento de nuestra Semana Santa
Domingo pertenecía a ese mundo, ya cada vez mas escaso, de los “costaleros de siempre”. A éstos que Antonio Burgos, a mediados de los años setenta, en su libro Folklore de las Cofradías de Sevilla, desde una óptica puramente etnográfica del tema, agradecía su humanidad y comprensión y les otorgaba el cariño y el peso sentimental de su obra en frases como éstas: “Sobre todo he de agradecer a los costaleros de Sevilla. Ellos que son el lumpen de la Semana Santa, y que tan sistemática como paternalistamente, han sido deformados por estéticas versiones complacientes; son los que han aportado desde siglos los caracteres mas específicos de esta tradición popular” .
Tuve la inmensa suerte de conocer a Domingo hace cuatro años en su casa de la Avenida de la Barzola, y, desde el primer momento, me supo transmitir lo que para él eran sus mayores tesoros, que no eran otros que sus recuerdos, el cariño de su familia y el orgullo de haber sido durante muchos años capataz y costalero de Sevilla. Era hombre austero y comedido en la palabra, sevillano de los serios, poco amigo de la guasa y el chiste fácil o la gracia ramplona de cara a la galería. Tenía la dignidad de la gente humilde y sin dobleces que está orgullosa de su pasado; cuánta pasión al mostrar los blasones que adornaban las paredes de la salita, sus mejores trofeos: unos cuadros dedicados por las hermandades que había sacado, y, el mejor de todos, la foto antigua del Señor de Sevilla con túnica blanca que presidía su dormitorio.
Hombre de barrio, que te fuiste a los barrios desde la Triana de tu infancia, donde me reseñaste que habías nacido: El Polígono Sur, La Corchuela, y, por fin, tu casa de la Barriada de Villegas. Siempre perteneciste a ese mundo color gris y sepia de la Sevilla humilde de la postguerra, de la privación, de la alpargata, del duro yunque del trabajo, del verso no medido, amigo de los valores simplificados y no complacientes. Como tanta gente de aquel mundo que te tocó vivir, nunca te movió lo racional, lo rentable, lo interesado, ni lo supuestamente comedido, como aquellos hombres, que como tú, en épocas de necesidad, sirvieron a las cofradías con lo mejor que poseían: el esfuerzo bajo las trabajaderas, esfuerzo y pundonor que esta ciudad, a veces olvidadiza, no ha sabido reconocer en parte, reduciendo y simplificando vuestra motivación a la percepción de un salario.
Siempre defendiste que el motor que movía al costalero antiguo era la afición y el gusto por el trabajo bien hecho, y que el salario era complementario y a veces necesario, pero sin la afición y el sentimiento el costalero no era nada. Quiero transcribir literalmente la frase que me dijiste al respecto: “Mira: yo en el año, que saqué cofradías cobrando, saqué seis cofradías, y me dieron 595 pesetas; eso fue en el año 1953, y yo ganaba todos los días treinta o cuarenta duros en la tienda de Agustín Peral. Vamos, que perdía dinero. Lo que nos pasaba a mí y a todos mis compañeros de la cuadrilla de Ariza era que nos encantaba sacar cofradías, todos juntos como una familia, así que solo trabajábamos por las mañanas y por las tardes trabajábamos las cofradías”. “Los costaleros de antes no teníamos protagonismo ninguno, como ocurre ahora con estas cuadrillas que dicen de hermanos; nosotros íbamos a lo que íbamos, a trabajar por derecho y cumplir con la hermandad y con nuestro capataz, para que la cosa triunfara. Nosotros, aunque recibíamos un salario por nuestro trabajo, sentíamos las cofradías y vibrábamos y nos emocionábamos cuando la cosa iba bien; no sólo teníamos nuestras devociones y sentimientos a las imágenes que portábamos, sino además un inmenso amor propio al trabajo de costalero. Aunque no fuéramos hermanos de las cofradías, había de todo como pasa hoy día, pero eso que algunos listos dicen que todo lo antiguo era malo e interesado, y todo lo actual es bueno y se hace por devoción, esto, para mí, es falso. A muchos costaleros de hoy día los querría ver yo en las corrías de antes, y sin relevos” .
Tus años y sencillez siempre calaron en tu gente de abajo, y en todos los que tuvimos la suerte de conocerte. El haber sido costalero y capataz de los antiguos, como tú decías, siempre fue para ti un orgullo y la vivencia más preciada. Nunca perteneciste, ni te interesó lo mas mínimo formar parte de ese mundo de trepadores de medio pelo y poderosillos de viejo o nuevo cuño que se acercan a las cofradías desde diferentes ámbitos, pretendiendo la relevancia personal o ascenso en la vida social y económica de esta ciudad, ya que tu tarjeta de presentación era para ti el mayor honor que puede ostentar un sevillano: que no es otro que haber sido capataz o costalero de sus cofradías.
Ya no se verá más la figura enjuta de Domingo en la plaza de San Lorenzo, en su peregrinar semanal desde su barrio de Villegas; el paso firme y pausado, medido con la cadencia de ese bastón que desde hacía tiempo era su único compañero de viaje. El rostro solemne y seguro, la voz templada y vibrante, el corazón y el pensamiento a la voz de mando como siempre fue, y debe ser, el recuerdo y la evocación del viejo capataz cobrando de nuevo vida; diálogo mudo de dos amigos de siempre, confianza de poder a poder, lo divino y lo humano en el recuerdo, el orgullo y el sentimiento del hombre que supo guiar el andar sublime de su Señor por las calles de Sevilla.
Tal vez Manuel Sánchez del Arco al escribir su libro Cruz de Guía, y al referirse al mundo de capataces y costaleros te inmortalizara con esta frase: “Al sevillano nunca le faltará ni el respiradero de un chiste ni el faldón bordado de la fantasía para ocultar la pena de su trabajo, y eso que, a todos, les da el carácter de un rito, con sabia parsimonia. Cada uno con su peso y todos por igual” .
Tus restos incinerados, forman parte ya del aire de los cielos de esta Sevilla que tanto amaste, y tú de nuevo vivirás, estarás, como cada Lunes Santo, entre nubes de incienso; esta vez no en el martillo sino mucho más cerca para seguir acariciando el cuerpo inerte de tu Cristo de la Caridad de Santa Marta.
Esta mañana distes tu última chicotá hacia tu Eternidad hecha de pasos de misterios y pasos de palio, y ahora sí, de frente a frente, de poder a poder, podrás ver a tus Cristos y Vírgenes cara a cara, y les dirá fijamente y con tu talante serio y educado de siempre: “¡Buenas noches, no pretendía molestar!; ¿dan ustedes su permiso?”.